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martes, 23 de noviembre de 2010

La infección por miasmas

Después de reflexionar sobre estos ejemplos extraídos de escritos médicos de tiempos pasados, a los que podría agregar muchos otros e incluso los de mi propia experiencia, * ¿quién podría ser tan inconsciente como para continuar ignorando el inmenso peligro oculto en lo profundo, la psora, del que la erupción de sarna y sus otras manifestaciones- "tinea capitis", lactumen, empeine, etc., son sólo indicios de que esa monstruosa enfermedad interna ha invadido todo el organismo, son sólo síntomas externos y loca]es que actúan en substitución de la enfermedad original, mitigándola? ¿Quién, después de leer algunos pocos casos de los que se han descrito, podría dudar en reconocer a la psora que, como se ha explicado ya, es el más destructivo de los miasmas crónicos? ¿Quién podría ser tan insensato como para declarar, acompañando así a los médicos alópatas modernos, que la erupción de sarna, tiña o empeine está  radicada sólo superficialmente sobre la piel y en consecuencia puede ser eliminada sin temor alguno recurriendo a medios externos, puesto que lo interior del organismo no participa de tal síntoma y se conserva en salud?
 * Un contradictor que pertenece a la escuela antigua acaba de reprocharme el que yo no haya aportado mi propia experiencia a fin de probar que las enfermedades crónicas, cuando no son de origen sifilítico o sicósico, surgen del miasma de la sarna, aduciendo que tales pruebas extraídas de mi propia experiencia hubieran resultado convincentes. ­Oh!, si los ejemplos que aquí he transcripto, extraídos de escritos antiguos y modernos y pertenecientes a autores que no pudieron ser homeópatas, no son prueba suficiente, ¿qué otros ejemplos (sin exceptuar, por cierto, los que yo aportara) podrían ser considerados pruebas concluyentes? ­ Cuán frecuentemente (quizás debiera decir, siempre) mis contradictores de la escuela secular se han rehusado a admitir la veracidad de las observaciones efectuadas por honorables médicos homeópatas, alegando que ellos no estuvieron presentes en tales circunstancias o que los nombres de los pacientes habían sido substituidos por iniciales!; ­como si los pacientes privados hubieran consentido en que sus nombres fueran publicados! ¿Por qué tendría yo que someterme a semejante exigencia? Y ¿acaso no pruebo mis aseveraciones de modo indubitable y absolutamente libre de toda parcialidad transcribiendo testimonios de las experiencias de tantos otros médicos honestos?*
 ­Por cierto que de todos los crímenes de que son responsables los médicos contemporáneos pertenecientes a la escuela secular de medicina, éste es el más grave, el más vergonzoso, el más imperdonable!
 El hombre que se rehuse a ver, una vez que haya considerado los ejemplos dados e innumerables otros de idéntica naturaleza, que la verdad está  justamente en lo opuesto a tales afirmaciones, se ciega a sí mismo obstinadamente y deliberadamente trabaja por la destrucción de la humanidad.
 ¿O es que tanto ignoran la naturaleza de todas las enfermedades miasmáticas relacionadas con las afecciones de la piel como para desconocer que todas ellas toman un curso similar en sus comienzos? ¿Ignoran que todos estos miasmas son enfermedades internas de todo el sistema antes de que aparezcan sobre la piel sus síntomas externos mitigantes?
 Hemos de elucidar este proceso con mayor claridad y veremos, en consecuencia, que todas las enfermedades miasmáticas que exhiben afecciones locales cutáneas actúan en todo el sistema como enfermedades internas antes de exhibir externamente sus síntomas locales sobre la piel; que únicamente cuando la enfermedad es aguda y ha recorrido su curso de varios días, el síntoma local generalmente se desvanece conjuntamente con la enfermedad interna, quedando el cuerpo libre de ambas; pero que en las enfermedades crónicas los síntomas exteriores, locales, pueden ser eliminados de la piel y hasta pueden espontáneamente retirarse de ella, pero la enfermedad interna -si no ha sido curada- jamás abandona al organismo, ni total ni parcialmente. Por lo contrario, continuamente se incrementa con el transcurso de los años, a menos que sea curada homeopáticamente.
 Debo en este punto hacer un alto para ocuparme de este proceso de la naturaleza, porque los médicos corrientes y especialmente los contemporáneos tienen visión tan deficiente o, más correctamente, están tan ciegos a este respecto que aun cuando pudieran, por así decirlo, tener en sus manos y sentir este proceso del origen y desarrollo de las enfermedades agudas eruptivas de índole miasmática, no supondrían que existe, ni observarían en consecuencia, el proceso similar de las enfermedades crónicas; por ello pontifican que los síntomas locales de éstas son crecimientos e impurezas que meramente existen sobre la superficie externa de la piel, sin que interiormente haya enfermedad fundamental alguna; y así afirman con respecto al chancro y a la verruga ficoidea lo mismo que afirmaron respecto de la erupción de sarna y -por descartar a la enfermedad principal y hasta obtusamente negar su existencia- tratan y destruyen tópicamente tales afecciones locales y continúan ocasionando inenarrables desdichas a la humanidad sufriente.
 Con respecto al origen de estas tres enfermedades crónicas - y lo mismo cuando se trata de enfermedades agudas eruptivas de índole miasmática- debe considerarse, con la máxima atención tres momentos diferentes e importantes:
 1º) el momento de la infección; 2°) el periodo durante el cual todo el organismo está  siendo afectado por la enfermedad que acaba de introducirse y que se desarrolla internamente; 3°) la irrupción de la afección externa, por la cual, la naturaleza demuestra externamente que se ha completado en todo el organismo el desarrollo interno de la enfermedad miasmática.
 La infección por miasmas ya se trate de enfermedades agudas o de enfermedades crónicas como las ya mencionadas, ocurre sin lugar a dudas en un sólo instante, el más favorable para que tal infección se pueda producir.
 La viruela o la vacuna infectan en el instante preciso en que, al vacunar, el líquido mórbido que ha ingresado por la escarificación que sangra, entra en contacto con el nervio que haya quedado expuesto, el que entonces comunica -dinámicamente, instantáneamente, irrevocablemente- la enfermedad a la fuerza vital (y así a todo el sistema nervioso). Producido este instante de la infección, no hay lavaje, mortificación o cauterización, ni siquiera la escisión de la parte afectada que ha recibido la infección, que pueda impedir o anular el desarrollo de la enfermedad interiormente. La viruela, la vacuna, el sarampión, etc., pese a cuanto se haga, habrán de completar interiormente su curso* y la fiebre peculiar de cada uno de ellos comenzará  transcurridos pocos días, una vez que la enfermedad interna se haya desarrollado y completado.
 * Sería procedente esta pregunta: ¿Hay alguna probabilidad de que cualquier miasma, producida la infección desde el exterior, no enferme en primer término a todo el organismo antes de hacer manifiestos sus signos externos? Tal pregunta sólo puede contestarse con un no; en absoluto, no hay posibilidad alguna.
 ¿Acaso no se requieren tres, cuatro o cinco días contados desde el de la vacunación, para que la zona de la inoculación se inflame? ¿Acaso el tipo de fiebre que se presenta que es la señal de que la enfermedad se ha completado- no aparece aún más tarde, cuando ya se ha formado íntegramente la pústula protectora, o sea en el séptimo u octavo día
 ¿Acaso no se requieren diez a doce días contados desde el momento de la infección por viruela, para que se presente la fiebre inflamatoria y ocurra la irrupción de la viruela sobre la piel?
 ¿Qué es lo que la naturaleza ha estado haciendo durante esos diez o doce días con la infección que ha recibido? ¿No ha sido necesario que la naturaleza incorpore previamente la enfermedad en todo el organismo antes de ser capaz de provocar la fiebre y de hacer que la erupción irrumpa por la piel?
 El sarampión también requiere diez a doce días, contados desde la infección o inoculación, antes de que aparezca la erupción con su fiebre. Luego de la infección por fiebre escarlatina deben transcurrir corrientemente siete días antes de que se presente su rojez cutánea.
 Siendo así, ¿qué ha estado haciendo la naturaleza, durante ese intervalo de días, con el miasma que ha recibido?; ¿qué, sino incorporar íntegramente el sarampión o la fiebre escarlatina en todo el organismo viviente, de modo de poder producir la enfermedad correspondiente, con su erupción?*
 El mismo caso se presenta, sin llegar a mencionar otros miasmas agudos, cuando la piel humana ha sido contaminada con la sangre de algún animal enfermo de  ántrax. 1 Si, como es frecuente, se ha producido ya la infección de ántrax, todo lavado de la piel será en vano: la pústula negra o gangrenosa, casi siempre fatal, aparecerá  luego de cuatro o cinco días (y con frecuencia en la zona de la infección), o sea tan pronto como todo el organismo haya sido afectado por acción de esta terrible enfermedad.
 1"Antrax" es la denominación que se da en Inglaterra al carbunco o carbunclo. (González y Floriani, "Enfermedades infecciosas y parasitarias", Edit. Bibl. Arg., p. 316). [N. del T. al C.]1
 Lo mismo ocurre con la infección de miasmas semiagudos, que no producen erupción. Entre las muchas personas mordidas por perros rabiosos sólo unas pocas -gracias al benigno Legislador del universo- son las que resultan infectadas, escasamente un doceavo; a veces yo mismo he pedido constatar tan sólo una entre veinte o treinta personas mordidas. Las demás, pese a quedar muy laceradas por la mordedura, frecuentemente se reponen aunque no sean tratadas por médico o cirujano.* Pero en quienquiera que actúe la infección, ella se ha producido en el preciso instante en que la persona fue mordida, habiéndose el tósigo transmitido a los nervios más próximos y, en consecuencia y sin lugar a dudas, a todo el sistema nervioso; tan pronto como la enfermedad se haya desarrollado en todo el organismo (dado que este desarrollo y consumación de la enfermedad natural requiere como mínimo siete días, a veces muchas semanas) la rabia surge como enfermedad aguda, rápidamente  fatal. Según se dijo, si la saliva infecciosa del perro rabioso ha contaminado realmente, la infección se ha producido irrevocablemente en el instante del contagio, puesto que la experiencia ha demostrado que la escisión inmediata** e incluso la amputación del miembro afectado en modo alguno protege contra el avance interno de la enfermedad; tampoco contra la manifestación clínica de la rabia y así de ineficaces son también esos numerosos recursos que tanto se recomiendan para limpieza, cauterización y supuración de las heridas por mordedura, que en nada impiden la aparición de la hidrofobia. 2
 * Dejamos constancia de nuestro particular reconocimiento hacia médicos ingleses y norteamericanos por estas experiencias tan reconfortantes: los Drs. Hunter y Houlston ("London Medical Journal", vol. 1) y los Drs. Vaughan, Shadwell y Percival, cuyas observaciones han sido incluidas en el tratado de Jam. Mease: "Sobre la hidrofobia", Filadelfia, 1793. *
 ** Una niña de ocho años fue mordida por un perro rabioso el 21 de marzo de 1792, en Glasgow. Un cirujano inmediatamente extirpó totalmente la zona afectada, la mantuvo supurando y administró mercurio hasta que se produjo la salivación característica, lo que se mantuvo durante dos semanas más; no obstante la hidrofobia se presentó el 27 de abril y la paciente falleció dos días después. (M. Duncan, "Med. Comment.", Dic. II, vol. VII, Edinb., 1793 y "The New London Med. Journ.", II).**
 2"La experiencia ha demostrado que las mordeduras que con mayor certeza determinan la rabia son ... sobre todo las que afectaron regiones que por su constitución anatómica poseen mayor riqueza en elementos nerviosos". (González y Floriani, "Ibid", p. 511). "N. del T. al C]2
 Considerando el progreso que hacen estas enfermedades miasmáticas a partir del contagio, claramente se ve que la enfermedad, que ha alcanzado todos los puntos en el interior del ser humano, debe primeramente desarrollarse, es decir que todo el hombre interno debe enfermar -ya sea de viruela, sarampión o fiebre escarlatina- antes de que la erupción pueda aparecer sobre la piel.
 Respecto a todas estas enfermedades miasmáticas agudas, la constitución del ser humano posee esa aptitud que, por regla general, es tan benéfica: la de derivarlas (a la fiebre específica y a su erupción específica) hacia lo exterior en el curso de dos a tres semanas y, por sus propios recursos, eliminarlas del organismo mediante alguna acción decisiva (crisis), de modo que corrientemente y en breve lapso el hombre queda curado de ellas, a menos que sea él quien resulte extinguido.*
 * Estos diversos miasmas agudos semiespirituales una vez que han alcanzado a la fuerza vital en el primer momento del contagio (y cada uno ha producido enfermedad según su índole), como parásitos se propagan rápidamente por dentro y se exteriorizan mediante su fiebre peculiar luego de producir su fruto (la erupción cutánea en su plenitud que, a su vez, es capaz de transmitir su miasma) tienen además la peculiar característica de extinguirse, dejando al organismo viviente en libertad de recuperarse.*
 Por otra parte, ¿acaso no son los miasmas crónicos verdaderos parásitos morbíficos que continúan viviendo en tanto se mantiene con vida el organismo al que han afectado y fructifican mediante la erupción que originariamente han producido (pústula de sarna, chancro y verruga, con su poder de infectar a otros) y que, a diferencia de los miasmas agudos, no mueren ni se eliminan espontáneamente sino que únicamente pueden ser extinguidos, exterminados, por acción de una contrainfección, por obra del poder de una enfermedad medicinal muy similar pero más fuerte (la impuesta por el remedio antipsórico), de modo que el paciente quede libre de ellos y recobre su salud?
 En las enfermedades miasmáticas crónicas la naturaleza sigue igual curso en cuanto respecta a la transmisión del contagio y al periodo previo necesario para la formación de la enfermedad interna, antes de que los síntomas externos -evidencia de que se ha completado internamente la enfermedad- surjan sobre la superficie del cuerpo, pero a partir de aquí aparece su muy notable diferencia con las enfermedades agudas: si el miasma es crónico toda la enfermedad interna, tal como ya ha sido explicado, perdura en el organismo durante toda la vida y, además,  se incrementa año tras año, salvo que sea extinguida y curada totalmente por el arte adecuado.
 A fin de ilustrar lo expuesto sólo me referiré a los dos miasmas crónicos que mejor conocemos: el chancro venéreo y la sarna.
 Durante el coito impuro se produce el contagio específico en el instante preciso del contacto y en el punto mismo de fricción. Si el contagio se ha producido, todo el organismo vivo resulta afectado por él. Inmediatamente después del instante del contagio comienza internamente la formación de la enfermedad venérea por todo el organismo.
 En ese punto de los órganos sexuales por donde la infección ha penetrado, nada extraño se advierte durante los primeros días, nada enfermo, inflamado o excoriado; a esto se debe también que sea inútil todo lavado y asepsia de esas zonas, inmediatamente después del coito impuro. La zona permanece aparentemente sana, solamente el organismo interno es lo que ha sido puesto en actividad por la infección (que generalmente ocurre en un instante) de modo que al incorporársele el miasma, todo el organismo ha sido afectado por la enfermedad venérea.
 Tan sólo cuando este proceso de contaminación de todos los órganos por la enfermedad ha se totalizado y todo el individuo se ha trocado en hombre venéreo o, lo que es igual, cuando el despliegue de la enfermedad venérea se ha completado, sólo entonces la naturaleza enferma procura mitigar al mal interno, atenuarlo, mediante la producción del síntoma local, que primeramente toma el aspecto de vesícula (ubicada, por lo general, en el punto originariamente infectado) y luego irrumpe como úlcera dolorosa, a la que se denomina chancro; éste no aparece antes de que hayan transcurrido cinco, siete, a veces catorce días y algunas veces. aunque raramente, hasta tres, cuatro o cinco semanas a contar desde el día de la infección. En consecuencia ésta es, manifiestamente. una úlcera venérea que actúa en substitución de la enfermedad interna y que ha sido producida por el organismo desde su interior una vez que se ha vuelto totalmente venéreo; tal úlcera es capaz de transmitir por contacto el mismo miasma a otros seres humanos, es decir, transmitir la misma enfermedad venérea.
 Si toda la enfermedad que de este modo se está  manifestando fuese extinguida a su vez mediante su remedio específico administrado internamente, entonces el chancro también sería curado y el individuo recuperaría su salud.
 Pero si, inversamente, el chancro fuere extirpado mediante aplicaciones locales* antes de que la enfermedad interna hubiere sido curada -y aún hoy ésta es práctica diariamente llevada a cabo por los médicos de la escuela secular- entonces la enfermedad miasmática, crónica y venérea persistirá dentro del organismo como sífilis y, de no ser curada íntegramente, se agravará  de año en año hasta el final de la vida del hombre, puesto que ni la constitución más robusta es capaz de extinguirla.
 *La enfermedad venérea no solo se desenfrena cuando el chancro ha sido extirpado mediante cauterio -en cuyo caso algunos casuístas mentalmente distorcionados, suponen que la sífilis es el resultado del rechazo hacia el interior del cuerpo, sano hasta ese momento del tósigo proveniente del chancro- más también irrumpe la enfermedad venérea cuando el chancro desaparece sin que haya mediado tratamiento alguno externo lo que confirma una vez más, por si fuere necesario, la indudable existencia previa de la sífilis en el organismo. Dice M. Fabre ("Lettres, supplément son traité des maladies vénériennes" París, 1786: "Ablación restringida de los 'labia minora' sobre los que ha tenido su asiento un chancro venéreo desde días atrás, la herida ciertamente cura pero la enfermedad venérea no obstante, se disemina".
 ­Desde luego!, puesto que la enfermedad venérea ya se había diseminado interiormente por todo el cuerpo, aún antes de que hubiera aparecido el chancro*.
 Tan sólo por medio de la curación de la enfermedad venérea que ha minado, interior y totalmente, al cuerpo (curación que he practicado y enseñado durante muchos años) es que el chancro, su síntoma local, será  curado simultáneamente y del modo más radical, para lograr lo cual es de rigor prescindir de toda aplicación externa que tienda a su eliminación y ello porque la mera destrucción del chancro en su asiento, cuando no ha sido precedida de la curación del individuo respecto de su enfermedad interna es seguida, con absoluta certeza, del estallido de la sífilis con todos sus sufrimientos.
 La psora (la enfermedad de la sarna) es, como la sífilis, enfermedad miasmática crónica y su desarrollo es, al principio, también similar.
 Pero la enfermedad de la sarna es el más contagioso de todos los miasmas crónicos, mucho más infeccioso que los otros dos miasmas, la enfermedad del chancro venéreo y la enfermedad de las verrugas ficoideas. Para que llegue a producirse la infección por estos dos miasmas se requiere que se haya ejercido cierta fricción sobre superficies delicadas del cuerpo, las más inervadas y a las que recubra la cutícula más tenue, tales los órganos genitales, aunque el miasma también pueda introducirse al tomar contacto con alguna zona lesionada. Pero el miasma de la sarna sólo necesita tocar cualquier punto de la piel, con mayor facilidad si se trata de niños pequeños. La predisposición para ser afectado por el miasma de la sarna se halla en casi todos los humanos, cualesquiera sean las circunstancias, lo que no ocurre con los otros dos miasmas.
 Ningún otro miasma crónico infecta a tanta gente, con tanta seguridad y facilidad como el de la sarna; lo repito: es el más contagioso. Se transmite tan fácilmente que hasta el médico, por la premura en atender a un paciente tras otro, al tomar el pulso, inadvertidamente contagia* a otros pacientes; lavarse empleando lejía contaminada, ** probarse guantes que se haya puesto ya alguien afectado, hospedarse en albergues de paso, emplear para secarse la toalla que ante haya usado algún otro; todo puede servir como detonante del contagio. Hasta un bebe, al nacer, puede ser infectado por órganos de la madre ya infectados por esta enfermedad, lo que desgraciadamente no es raro; también el recién nacido puede recibir tan lamentable infección de las manos de la partera, que a su vez puede haber sido infectada por alguna parturienta previamente atendida, que tuviera ya esta infección; también un lactante puede ser infectado por su nodriza o, en tanto se le tiene en brazos, por sus caricias o por las de cualquier persona con manos contaminadas. Es imposible detallar la infinidad de objetos contaminados que facilitan la transmisión de este miasma invisible y que pueden ser tocados por el ser humano en el curso de su existencia y respecto de los cuales no es posible que la humanidad sea prevenida o protegida; tanto es así que los hombres que jamás hayan sido infectados por la psora constituyen excepción. No es preciso rastrear las causas de la infección hasta los hospitales atestados, las fábricas, las prisiones, los orfanatorios o las miserables viviendas de la gente muy pobre; la sarna se introduce también entre la gente pudiente, tanto entre los que llevan vida muy activa como entre quienes viven en total aislamiento. Es tan difícil que pueda eludirla el eremita en el Monasterio de Montserrat, dentro de su celda cavada en la roca, como el pequeño príncipe envuelto en pañales de batista.
 *Car. Musitani: "Opera de tumoribus", cap. 20. *
 **Según hace notar Willis, en Turner: "Des maladies de la peau", traducido del inglés, París, 1783, t. II, cap. 3, p. 77. **
 En cuanto el miasma de la sarna toca, por ejemplo, la mano, en el instante en que ello se produce, ya no es más contagio local. En consecuencia, todo lavado o asepsia de esa zona es inútil. Nada se advierte sobre la piel durante los primeros días; ningún cambio y, en apariencia, la piel sigue estando sana. No se advierte erupción ni comezón alguna durante esos días, ni siquiera en el punto por donde ingresó la infección. El nervio que primeramente fue afectado por el miasma ya lo ha transmitido imperceptiblemente, dinámicamente, a todos los demás nervios del cuerpo y al instante el organismo viviente, inadvertidamente, ha quedado tan inficionado por esta excitación específica que se ve constreñido a incorporar gradualmente el miasma hasta que el hombre se torna íntegramente psórico y así se completa el desarrollo interno de la psora.
 Tan sólo cuando todo el organismo ha sido perturbado por esta enfermedad miasmática, crónica y peculiar, es que la fuerza vital afectada procura aliviar, mitigar la enfermedad interna y a tal fin establece sobre la piel el síntoma local adecuado. En tanto esta erupción se mantenga, la psora interna con sus afecciones secundarias no puede desenfrenarse y habrá  de permanecer contenida, encubierta, dormida, latente.
 Es frecuente que la transformación total interna del organismo hasta el estado psórico requiera seis, siete o diez, hasta catorce días contados desde el momento de la infección. Sólo al cabo de ellos se experimenta, al atardecer, un escalofrío más o menos moderado y luego acaloramiento general, sucedido esa misma noche por transpiración (se trata de algo de fiebre que muchas personas adjudican a algún resfriado y en consecuencia le restan importancia), luego se produce el brote de las vesículas de sarna, diminutas en principio como las producidas por la fiebre miliar, pero que posteriormente se extienden sobre la piel* comenzando por la zona donde se produjo la infección inicial, acompañadas de notable cosquilleo, de cierta comezón voluptuosa que ha podido ser descrita en términos de "insoportablemente agradable" (Grimmen), que tan irresistiblemente compele al enfermo a rascarse y restregar las vesículas pruriginosas, que si una persona se reprimiera de hacerlo un estremecimiento le recorrería todo el cuerpo. Por cierto que este restregar y rascarse tan sólo satisface algo y durante los primeros instantes, puesto que inmediatamente sigue cierto ardor en la región afectada, el que persistir . Durante las últimas horas de la tarde y antes de la medianoche, esta comezón es más frecuente y más insoportable.
 *Las vesículas o pústulas de sarna de ningún modo constituyen alguna enfermedad cutánea independiente, meramente local; por lo contrario, son la prueba fidedigna de que se ha completado la psora en lo interno y la erupción es meramente uno de los síntomas que la integran, puesto que esta erupción y esa comezón peculiares forman parte de la naturaleza de toda la enfermedad en su estado natural de menor riesgo.*
 En las primeras horas de su formación las vesículas de sarna contienen linfa clara como agua, pero ésta rápidamente se va convirtiendo en pus, que llenará la parte superior de la vesícula.
 La comezón no sólo obliga al paciente a restregarse sino que, a causa de su intensidad -como se ha explicado- a rascarse hasta abrir las vesículas y así el humor, forzado a salir, procura material abundante para infectar a cuanto rodea al paciente, incluyendo a otras personas libres aún de la infección. Las extremidades contaminadas por esta linfa así sea en grado imperceptible, al igual que los artefactos sanitarios, las ropas y los utensilios de toda índole, propagan la enfermedad por simple contacto.
 Este síntoma cutáneo de la psora cuando ya ha invadido a todo el organismo (y que recibe el nombre de sarna cuando se hace manifiesta y puede ser apreciada por los sentidos), así como las úlceras que posteriormente se originan de ella y que en sus bordes producen la comezón peculiar de la psora, también el herpes con tal comezón peculiar y que resuma humedad cuando es restregado (empeine) y también la "tinea capitis", son los únicos que pueden propagar la enfermedad a otras personas, puesto que sólo ellos contienen el miasma transmisible de la psora. Pero los síntomas restantes de la psora, que a su tiempo se manifiestan una vez que la erupción ha desaparecido o ha sido artificialmente eliminada, en modo alguno pueden transmitir esta enfermedad. En la medida de nuestros conocimientos ellos son tan poco aptos para transmitir la psora, como son los síntomas secundarios de la sífilis aptos para infectar a otros individuos con la enfermedad venérea (según lo observó primeramente John Hunter)3.
 3"Naturalista y cirujano escocés (1728-1793). Famosa es la doble pregunta con que resumía su prédica: '¿Para qué pensar? ¿por qué no experimentar?". (Extractado, P). Fue Hunter de los precursores en la reacción contra el empleo del latín como idioma imprescindible de la ciencia, exponiendo sus enseñanzas en lengua vernácula, lo que mucho ayudó a la difusión y progreso de las ciencias. [N. del T. al C.]3
 En cuanto haya comenzado a manifestarse la erupción de sarna y en tanto no se haya diseminado extensamente, nada del mal interno de la psora podrá  ser advertido en el estado del paciente. El síntoma eruptivo actúa en substitución del mal interno y mantiene latente y, por así decirlo, confinada a la psora y a sus dolencias secundarias.* Es en este estado cuando la enfermedad puede ser curada con más facilidad mediante remedios específicos administrados por vía interna.
 *Del mismo modo el chancro, cuando no ha sido extirpado actúa en substitución de la sífilis interna mitigándola y no permite el estallido de la enfermedad venérea en tanto no sea agredido en su asiento. Yo examiné a una mujer que estaba totalmente libre de síntomas secundarios de la enfermedad venérea y hacia más de dos años que tenía un chancro en el mismo lugar, el que no había sido objeto de tratamiento alguno y que había crecido hasta alcanzar gradualmente, un diámetro de casi una pulgada. La administración por vía interna de Mercurius en su preparación más adecuada, curó pronta e íntegramente no sólo a la enfermedad interna, más también al chancro.*
 Pero si se permite que la enfermedad avance en su curso peculiar por no recurrir al remedio que internamente la puede curar (o si se recurre a algún tratamiento externo que elimine la erupción en cuyo caso la enfermedad interna íntegra se incrementara  rápidamente) tal incremento del mal interno hará  necesario un incremento proporcional del síntoma cutáneo. La erupción sarnosa, en consecuencia, a fin de seguir siendo capaz de mitigar y mantener latente al mal interno que se acrecienta, debe diseminarse hasta cubrir, finalmente, toda la superficie del cuerpo.
 Y hasta en este apogeo de la enfermedad el paciente parece aún estar en buena salud en cuanto se refiere a todos los aspectos restantes: todos los síntomas de la psora interna, ahora tan incrementados, permanecen encubiertos todavía y mitigados por la presencia del síntoma cutáneo aumentado en la misma proporción. Pero semejante tortura, la insoportable comezón extendida por todo el cuerpo, finalmente doblega al hombre más fuerte. El enfermo procura librarse de tales tormentos a cualquier precio y como no puede encontrar ayuda verdadera apelando a los médicos de la vieja escuela, intenta por lo menos desembarazarse de esta erupción que pica insoportablemente, así sea con riesgo para su vida y pronto los facultativos de la escuela alopática, u otras personas igualmente ignorantes, le proveen los medios. El paciente clama por que se le libere de sus torturas externas, aunque no sospecha toda la miseria que inevitablemente seguirá a la extirpación del síntoma cutáneo externo que hasta ese momento ha estado actuando en substitución de la creciente enfermedad interna de la psora, lo que ya ha quedado suficientemente explicado.
 Pero cuando logra eliminar su erupción de sarna mediante aplicaciones externas, el paciente se expone a desgracia similar y actúa con tanta insensatez como la persona que para librarse rápidamente de su pobreza y según supone, ser feliz con ello, robara alguna suma importante de dinero y consecuentemente fuera enviada a la cárcel  y al patíbulo. 4
 4 Suena a exageración este comentario, pero según la pragmática vigente hasta la promulgación del código penal español de 1822, el rey don Felipe V establecía: ". . . a toda persona que teniendo diecisiete años cumplidos le fuera probado haber cometido un hurto en Madrid. . . en cualquiera que fuese su cuantía... se le impondrá pena capital, sin que esta pena pueda ser permutada por otra más suave o más benigna". (Extractado, DEHA, artículo: "Robo"). (N. del T. al C.]4
 Cuanto mayor sea la antigüedad de la enfermedad de sarna y ya sea que la erupción, como ocurre con frecuencia, se haya diseminado por una gran superficie de la piel o que, debido a alguna peculiar falta de actividad cutánea, la erupción se haya limitado a pocas vesículas, * *Reléase la observación Nº 86, en la página 84. * en ambos casos la eliminación de la erupción de sarna, por pequeña que haya sido su extensión, es seguida de las más destructivas consecuencias debido a que la enfermedad interna bien al tiempo transcurrido, se ha incrementado en alto (la psora) con su infinidad de padecimientos y debido también al grado y estalla inconteniblemente.
 En el hombre que carece de instrucción el desatino de eliminar la erupción sarnosa y la comezón atormentadora mediante duchas frías, ventosas, frotándose con nieve o restregándose toda la epidermis o sólo la piel a nivel de las articulaciones con azufre mezclado con grasa de cerdo puede ser admitido, puesto que no sabe que está facilitando la peligrosa eclosión del mal psórico que acecha en lo interior. Pero ¿qué disculpa pueden tener aquellos hombres cuya tarea y cuya responsabilidad son conocer la gravedad de las infinitas consecuencias que inevitablemente habrán de suceder como resultado de la eliminación externa de la erupción sarnosa provocada por la psora y a la que así se activa en todo el organismo, circunstancia que debe evitarse a toda costa mediante la curación, a conciencia, de toda la enfermedad?.* No obstante, es posible ver a todos ellos tratando a los enfermos de sarna en la misma y errónea manera: recurriendo a remedios internos y externos de los más agresivos, a purgantes enérgicos, al ungüento de Jasser, a lociones que contienen acetato de plomo, sublimado de mercurio o sulfato de cine, preferentemente a la untura preparada con grasa y azufre sublimado o con preparaciones a base de mercurio; con ellos destruyen desaprensiva y negligentemente la erupción, declarando: "tan sólo se trataba de una impureza localizada en la piel y debía ser eliminada; ahora todo está  en orden y el paciente ha quedado sano y libre de toda dolencia". ¿Quién podría juzgarlos con benignidad advirtiendo que no están dispuestos a aprender, ya sea de los muchos casos registrados por observadores previos, más conscientes, que formularon sus advertencias, ni de los casos que con frecuencia, hasta diariamente, se presentan ante sus ojos? Y sin embargo, no pueden ver y jamás llegarán a convencerse del desenlace rápidamente fatal o de la psora insidiosa que se desencadenará como maldición durante toda la vida del enfermo de sarna por haber eliminado su erupción, puesto que esta enfermedad interna contiene infinidad de dolencias. Esta enfermedad no ha sido curada, ni eliminada y así es como este monstruo de mil cabezas, en lugar de haber sido doblegado, queda totalmente en libertad de agredir al paciente y desengañarle de su pretendida destrucción, puesto que han sido derribadas las barreras que lo contenían.
 *Porque aun cuando la enfermedad psórica haya alcanzado su apogeo, tanto la erupción como el mal interno, es decir, toda la psora, puede aún ser curada por remedios homeopáticos internos, por cierto que con mayor dificultad que inmediatamente después de haber sido contraída pero no obstante con mucha mayor facilidad y certeza que luego de haber sido eliminada la erupción por medio de aplicaciones externas. En este caso nos vemos forzados a curar la psora interna cuando ya está  manifestando sus síntomas secundarios y desarrollándose en alguna de sus incontables enfermedades crónicas. Aun cuando la enfermedad psórica haya avanzado hasta ese punto puede ser curada íntegramente, con total certeza, juntamente con su erupción externa, si se recurre a remedios internos adecuados y se prescinde de todo tratamiento local, así como la enfermedad del chancro venéreo puede ser curada con certeza y facilidad por una dosis única, mínima, de mercurio preparado del mejor modo y administrado por vía interna, lo que hace que el chancro -sin haber sido tratado con remedio externo alguno- muy pronto se convierta en úlcera benigna y en pocos días más sane hasta el punto de que será  imposible percibir vestigio de los síntomas secundarios de la enfermedad venérea, puesto que el mal interno ha sido curado simultáneamente con su síntoma local. Lo que aquí afirmo lo he enseñado oralmente y por escrito durante muchos años y lo he probado en la práctica.
 Entonces. ¿cómo podríamos disculpar a esa legión de médicos que hasta hoy -y por más de trescientos años- han estado tratando esta difundida enfermedad venérea y continúan ignorando su naturaleza y que cuando contemplan un chancro suponen que nada más hay enfermo en el paciente, sin reparar en la sífilis ya activa internamente y desarrollándose por todo el organismo, antes aún de que hubiera surgido el chancro? Y así, ciegamente, suponen que el chancro es el único mal venéreo que debe ser extirpado y que basta con destruirlo mediante aplicaciones externas para poder declarar curado al enfermo. ¿Cómo es posible que de tantos miles de experiencias no hayan aprendido que eliminando localmente al chancro no han hecho más que daño, al haber desprovisto a la sífilis, ya existente en lo interior, de su síntoma local -que le estaba restando virulencia- y haber obligado así al mal interno a desencadenarse como enfermedad venérea en el modo más cierto y temible (y más difícil de curar)? ¿Que excusa podría encontrarse para concepto tan generalizado, distorsionado y pernicioso?
 ¿Y por qué estos médicos jamás han reflexionado sobre el origen de las verrugas con forma de higo? ¿Por qué siempre han pasado por alto la enfermedad interna generalizada, que es la que provoca tales excrecencias? Tan solo cuando esto es reconocido es que ellas pueden ser curadas radicalmente por medio de remedios homeopáticos que, sin necesidad de recurrir a medios externos de destrucción, curan a esas verrugas ficoideas.
 Pero si se ofreciese, para disculpar ignorancia y negligencia tan lamentables, algo que se pareciese a una excusa y se argumentara que estos médicos sólo han tenido tres siglos y medio para discernir con claridad la verdadera naturaleza de la sífilis y que se requiere práctica más extensa para captar tal verdad (en vano yo he tratado de convencerles de su error hace ya varios años y desde entonces he insistido de tiempo en tiempo), quedaría no obstante sin excusa esa otra negligencia médica generalizada -y mejor diría, obstinada ceguera- al no haber reconocido en la raíz misma de la sarna a la enfermedad interna preexistente, la psora, que infecta a la humanidad desde hace miles de años y cuyas evidencias ellos han ignorado en su orgullosa superficialidad y hasta abandonar este mundo seguirán sosteniendo en su destructiva infatuación que: "las pústulas que producen comezón insoportable son solamente afección superficial de la piel y mediante su extirpación local se le evita al hombre la propagación de la enfermedad y se le sana completamente".
 No se trata de ocasionales escritores de temas médicos, no, sino de los médicos más notables y celebrados de los tiempos modernos quienes se han hecho culpables de tan lastimoso error (tal vez debiera decir crimen intencional), desde van Helmont hasta los más recientes cultores de la práctica médica alopática.
 5 Jan Baptista van Helmont, médico y químico flamenco (1577-1644). [N. del T. al C.]5
 Mediante el uso de los remedios ya mencionados por cierto que han logrado su propósito: eliminar la erupción de la piel y también la comezón y en su intoxicación mental han supuesto (por lo menos así lo pretenden) haber destruído totalmente la enfermedad misma, dando por curados a los pacientes que de tal modo fueron maltratados y asegurandoles que nuevamente estaban gozando de buena salud.
 Todos los sufrimientos que siguen a esta destrucción unilateral de la erupción cutánea y que naturalmente pertenecen a la índole de la psora, ellos los han atribuído a alguna enfermedad recientemente surgida y que respondería a cualquier otro origen. En su estrechez mental nunca han admitido considerar los testimonios sinceros y elocuentes de los muchos observadores honestos que les precedieron, quienes registraron las consecuencias lamentables de la eliminación local de la erupción de sarna, poniendo de manifiesto entre ambas vinculación tan estrecha que todo hombre se vería en el dilema de repudiar a su razón si no reconociera que tales consecuencias son el resultado inmediato del gravísimo mal interno (la psora) que al ser privado de su síntoma local, la erupción cutánea -destinada por la naturaleza a aliviarlo- ha compelido a tal mal interno, que continúa intacto, a manifestarse irrumpiendo con sus síntomas secundarios. 6*
 6 Ha transcurrido más de siglo y medio y esta práctica médica que denuncia el Dr. Hahnemann al reprobar la eliminación del síntoma cutáneo continúa invariable, pero han disminuído las posibilidades de vincular al efecto con su causa, debido a la difusión de las especializaciones en medicina: el especialista en enfermedades de la piel aplica el tratamiento, externo o interno, que elimina al síntoma cutáneo y cuando, meses después quizás, se produce el estallido de la enfermedad básica los síntomas son tan insólitos y de tanta gravedad, que ya no es el especialista de piel el médico al que se recurre y así, ni el médico anterior, ni el actual que enfrenta las consecuencias, ni el enfermo, pueden advertir la secuencia tan diferente en su exteriorización cuanto diferida en el tiempo. [N. del T. al C.])6
 Es fácil imaginar, además la experiencia también lo enseña, que cuantos más meses haya durado la erupción sarnosa sobre la piel con tanta mayor seguridad la psora interna, que es su fundamento, debe haber sido capaz de alcanzar, así hubiera sido en lapso relativamente breve, un gran desarrollo y hasta el máximo, temible incremento que también se hace manifiesto en síntomas graves, síntomas que invariablemente se exteriorizan si se extirpa su arraigada erupción.
 Por otra parte es igualmente cierto que la erupción de unas pocas vesículas de sarna que hayan irrumpido pocos días antes, consecuencia de alguna infección reciente, puede ser eliminada con menor riesgo inmediato, puesto que la psora interna que ha invadido a todo el organismo no ha tenido tiempo aún para alcanzar gran desarrollo y preciso es reconocer que la eliminación de esas pocas vesículas de sarna suele no mostrar de inmediato consecuencias malignas, que se expresen violentamente. Es por esta razón que en personas sensibles, de vida refinada, también en sus hijos, sea frecuente no advertir que unas pocas vesículas que picaron violentamente durante algunos días y que fueron tratadas al instante por el diligente médico de la familia mediante alguna pomada o loción a base de plomo y que desaparecieron al siguiente día, estaban sustentadas por la sarna.
 Por insignificante que pueda haber parecido la psora interna al momento de la pronta supresión de la erupción sarnosa, que sólo alcanzó a desarrollar unas pocas vesículas y que ha sido seguida por afecciones o malestares muy moderados (a los que el médico de la familia, por ignorancia, atribuye a otras causas de poca importancia) el mal interno de la psora, aun en ínfimo grado, ya tiene en potencia todas sus características y es, en su índole crónica, la misma enfermedad psórica que se generaliza por todo el organismo. Es decir que si se prescinde del tratamiento médico adecuado, no puede ser erradicada y no basta el vigor de la constitución física más robusta para extirparla, pues seguirá incrementándose hasta el último día de la vida del paciente. Pero cuando a esta enfermedad se la despoja, cuanto antes, de sus síntomas cutáneos mediante aplicaciones locales, por cierto que lo frecuente será  que crezca más lentamente en sus comienzos y sólo pequeños progresos haga en el organismo, mucho menores que cuando se elimina alguna erupción a la que se ha permitido permanecer durante largo tiempo; pues en este último caso el progreso de la psora interna es notablemente rápido. No obstante, tanto en un caso como en el otro, la enfermedad se habrá  de incrementar incesantemente y en los casos benignos y en las condiciones más favorables, lo hará  quietamente, por lo que durante años será  imposible percibirla, hasta el punto de que quienquiera ignore los signos de su presencia latente podría suponer y afirmar que tal persona se halla en buena salud y está  libre de toda enfermedad interna. En tales casos es frecuente que durante años no se manifiesten enfermedades.
 Muchos centenares de observaciones me han familiarizado * gradualmente con los signos por medio de los cuales la psora (el mal de la sarna) latente y adormecida ** en lo interior, puede ser reconocida cuando aún no se ha manifestado como temible enfermedad y ello me ha permitido desarraigar, curar completamente este mal en su misma raíz y con mayor facilidad, y antes de que la psora interna hubiese podido originar alguna enfermedad crónica manifiesta que se hubiera desarrollado alcanzando proporciones tan peligrosas que esas mismas condiciones, por el riesgo que implican, hacen difícil la curación y, en algunos casos, la imposibilitan.
 * Personalmente me resultó más sencillo, si he de compararme con otros, descubrir y reconocer los signos de la psora cuando está  latente y como dormida en lo profundo y también cuando, desarrollandose, ha originado diversas enfermedades crónicas, por medio de la minuciosa comparación del estado de salud de tales personas con el mío propio dado que, lo que en pocos sucede, jamás fui infectado por la psora, desde mi nacimiento hasta ahora en que ya he cumplido ochenta años y por ello he podido permanecer enteramente libre de las dolencias, pequeñas y grandes, reseñadas aquí y más adelante; no obstante, siempre fuí muy propenso a contraer enfermedades agudas epidémicas, quizás por haber estado expuesto a repetidas contrariedades y tensiones mentales.*
 ** La alopatía ha supuesto la existencia en los pacientes de condiciones patológicas ocultas (latentes) a fin de justificar o, por lo menos excusar sus ciegas agresiones llevadas a cabo mediante remedios de acción violenta, sangrías, anodinos, etc. Estas denominadas "cualidades ocultas" según Fernelius 7 son, no obstante, totalmente supuestas e imaginarias dado que (según la afirmación de este mismo médico) se supone que no pueden ser percibidas mediante manifestación o síntoma alguno. Pero para nosotros, seres humanos, cualquier entidad que no haga conocer mediante algún signo su existencia oculta o supuesta, no existe, puesto que el Creador sólo ha limitado nuestra capacidad de conocer de acuerdo a nuestra capacidad de observar y, por consiguiente, tales cualidades invisibles sólo son fantasías surgidas de alguna imaginación desbordada. Totalmente diferente es la índole de las varias fuerzas aletargadas (latentes) en la naturaleza; pese a su persistente clandestinidad ellas se expresan cuando se dan las condiciones requeridas. Por ejemplo, el calor latente 8 hasta en metales que se sienten fríos al tacto se pone de manifiesto cuando son sometidos a fricción, así como la psora se manifiesta mediante tirones en las vainas tendinosas de los músculos cuando la persona infectada ha estado expuesta a corrientes- de aire, etc.**
 7 Jean Fernel, autor de "El Galeno moderno"; médico y escritor francés de temas médicos (1497-1558). [N. del T. al C.]7
 8 El Dr. Hahnemann escribe entre 1828 y 1830 (primera edición) y por ello emplea la expresión "calor latente" -que hoy tiene significado muy diferente- en el sentido vinculado a la teoría del "calórico". " La teoría fue descartada definitivamente en el periodo entre 1840 y 1850- Helmholtz (1821-1894) y Joule (1818-1889) demostraron las relaciones de equivalencia entre calor y trabajo, estableciendo el concepto del calor como forma de energía". (Robert W. Marks, "Diccionario de la Nueva Física R Química", Editors Press Service Inc., New York. [N. del T. al C.]8
 La psora que está  desarrollándose gradualmente en lo interior, aunque esté aletargada y no haya irrumpido al exterior como enfermedad manifiesta, tiene muchos signos9 aunque ningún enfermo los tenga a todos: algunos tienen varios de ellos y otros sólo unos pocos y hasta habrá  quien sólo uno de los signos tenga, aunque con el correr del tiempo exhibirá más signos; respecto de algunos se estará libre solamente durante algún tiempo, de acuerdo a las peculiaridades del organismo o las circunstancias externas prevalecientes.

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